Tu miedo es más fuerte que tu deseo

¿Alguna vez te pasó que deseaste muy fuerte algo y, sin embargo, en el momento de realizarlo fue más fuerte el miedo? O quizá te pasó que el miedo fue tan pero tan fuerte,  que hasta te olvidaste lo que querías y lo que deseabas profundamente.

 La mayoría de las personas  hemos atravesado en algún momento de la vida por esta situación y muchos de nosotros lo vivimos frecuentemente. Ahora bien, este miedo que parece venir a arruinarnos todos los sueños, tiene su explicación neurocientífica.

COMPRENDIENDO COMO FUNCIONA EL MIEDO

Existe una parte del cerebro que se llama amígdala, la cual se sobreactiva en el momento que sentimos miedo. Además, esta misma parte del cerebro, es la encargada de la memoria emocional. ¿Qué quiere decir esto? Que cuando se sobreactiva la amígdala, sellamos con más fuerza ese recuerdo, de manera tal que es más factible que se vuelva a activar cuando vivamos circunstancias que mi cerebro interprete como similares.

Es por eso que cuando sufrimos una situación que nos generó miedo de niños, muchas veces ese miedo permanece intacto a lo largo del tiempo aunque ya no tenga explicación lógica y por más de que haya pasado mucho tiempo. La amígdala se sigue sobreactivado de manera automática con el objetivo de avisarnos de un posible peligro.

Ahora bien, cuando estamos en un peligro concreto, esta suerte de “alarma” que resulta ser la amígdala es muy útil, porque busca resguardarnos y privilegiar, ante todo, la supervivencia. El problema está en el momento en el que se activa cuando estamos frente a algo que deseamos, que queremos lograr y resulta valioso para nosotros.

Lejos de haber un peligro concreto, lo que vemos al final del camino es el resultado al que más aspiramos, y sin embargo, la amígdala nos dice que es peligroso.  ¿Esto por qué ocurre? Porque siempre cuando estamos frente a algo nuevo o desconocido, nuestro cerebro lo percibe como una amenaza. No importa  si es “bueno o malo” desde nuestra interpretación, es desconocido, entonces mejor deshacernos de él.

Este es el motivo por el cual numerosas veces nos pasa que tenemos archivados en nuestro mundo de fantasías, sueños, desafíos y experiencias, que declaramos que quisiéramos hacer, pero sin embargo “no podemos”.

Cuando la emoción de miedo se instala, el juicio que realizamos es que no contamos con los recursos necesarios para afrontar la situación que deseamos. Entonces nuestro cerebro, que como les dije siempre está comprometido con sobrevivir, manda la señal para responder de distintas formas.

Las posibles respuestas al miedo son:

  • La huida: alejarnos del estímulo
  • La inmovilidad o inhibición: parálisis frente al estímulo
  • Ataque: ir en contra de él
  • Sumisión: similar a resignarnos que somos “más chicos” que el estímulo.

Como podemos ver, ninguna de estas respuestas es coherente si el estímulo en cuestión  tiene que ver con lograr un resultado extraordinario y deseado para mí. Es en esta incoherencia donde se centra la ambivalencia que nos hace decir que queremos algo pero al mismo tiempo no ir por ello.

CÓMO IR DEL MIEDO AL DESEO

Entonces, nos encontramos ante el desafío de revertir la balanza en la que peso de miedo le está al deseo. Y primera pregunta que nos suele invadir es ¿Cómo hago?

Lo primero que, desde mi mirada,  es imprescindible hacer como todo proceso de introspección, es darnos cuenta. En este caso, el darnos cuenta implica preguntarnos si nos estamos engañando a nosotros mismos, y entonces decimos que no queremos o deseamos algo cuando en realidad estamos resguardándonos de enfrentar un miedo de trasfondo.

Una vez que  pudimos detectar que lo que declaro que “no quiero”, o bien lo que declaro que quiero pero me digo que “no puedo”, en verdad se trata de un deseo que viene anclado a la emoción del miedo; ahora si el próximo paso es darle peso y solidez a mi deseo.

Una característica que tiene nuestro cerebro es que no distingue la fantasía de la realidad. A lo que me refiero con ello, es que está comprobado científicamente que cuando fantaseamos o soñamos despiertos, se activan las mismas zonas del cerebro que si lo estuviéramos viviendo en la realidad, excepto las zonas motoras (por ello no lo estamos realizando en los hechos).

Es por ello que el visualizar aquello que queremos lograr, cada vez de manera más fuerte, lúcida, clara y específica, va a ayudar a que nuestro deseo tome más fuerza. Hasta ahora, cuando pensábamos en lo que queremos, automáticamente se nos venían a la mente pensamientos coherentes con el miedo ¿y si sale mal? ¿Y si no puedo? ¿Y si sufro?, etc.

Cuanto más nos podemos conectar con el deseo la sensación que aparece es la del placer de lo logrado, la satisfacción de estar disfrutando eso que sí quiero y no me animaba. Desde esa emoción es que vamos quitándole peso al miedo. Porque frente a dos emociones contrarias la que gana, es la más fuerte.

Entonces, y para concluir este apartado,  es importante recalcar que al miedo sólo se lo supera atravesándolo, paso a paso, y sin pausa. La pregunta entonces que me queda para hacerles y para se hagan cuántas veces quieran es ¿Qué harías si no tuvieras miedo?

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